Serpiente en la tierra Aterrada, la serpiente ciega y muda, que más bien parecía una lombriz grande, gorda y cabezona, no sabía por dónde meterse. La puerta blanca le cerraba una y otra vez el paso. Hacía frío, sentía su piel cada vez más seca, así que se movió en busca de un lugar húmedo, oscuro y calientito para guarecerse. No recordaba nada, quién era, de dónde venía, qué hacía en ese lugar frío e inhóspito. Sólo necesitaba descansar, encontrar un lugar un poco más confortable. Encontró una planta, se acurrucó en ella y empezaba a comer algunos insectos, cuando alguien la agarró con una bolsa de plástico y la echó de ahí. Se fue reptando por una vereda, no podía volver a entrar ahí, no había una cueva, un agujero, no, siempre puertas blancas que se cerraban a su paso. Arrastrarse por la tierra húmeda era fácil, se acostumbró a la luz, al verde del pasto y los árboles, a ver el sol detrás de las nubes, por ahí nadie la molestaba. Pero si intentaba entrar a algún lugar cálido, habitado, siempre estaban ahí las puertas, para cerrarle el paso. Un día, al pasar por una vieja casa, escuchó una voz suave. Acostumbrada a que le cerraran la puerta, ni intentó pasar, se quedó quieta. Echó una mirada a los cuartos, desde la entrada. Entonces vio reflejada en un espejo la imagen de una mujer morena, con dos hoyitos en sus mejillas; unos dientes blancos parejitos; sus trenzas largas caían, una en su espalda, otra en su pecho, le sonreía al bebé que amamantaba. Permaneció mucho tiempo mirando en silencio a través del espejo, contemplándola a toda ella: sus pechos morenos llenos de leche, su cara viendo y sonriendo a su hijo mientras le amamantaba Procuró no hacer ruido, sabía que en cuanto quisiera entrar, la echarían cerrándole la puerta. La mujer morena, le vio por el espejo y la llamó a señas. La serpiente no lo podía creer: esa hermosa mujer le invitaba a entrar, y además le sonreía, platicaba con ella y la dejaba estar cerca, mirando sus hermosos senos amamantando al niño. La mujer dijo que ahora el bebé estaba lleno. Empezó a exprimir en un trapo de manta blanco los turgentes senos. Hacía varios días que tenía que sacarse la leche porque el niño estaba enfermo y no mamaba lo suficiente. Le dolían y hasta le daba fiebre si no se la sacaba toda. Eso oyó la serpiente que decía ella, mientras olía el aroma agrio de leche nueva mezclándose con la seca del trapo. Se sintió contenta de enterarse de las cosas tan importantes que le pasaban a la mujer y su hijo. Ser bien recibida y además que alguien platicara amablemente con ella, era y fue en su vida algo insólito. Pasó mucho tiempo vagando sola antes de comprender por qué: pasaba que la serpiente había llegado a la tierra en una época en que los reptiles eran vistos como la encarnación del mal, y por tanto, perseguidos para matarles. No sólo a las serpientes venenosas, aún a las inocentes culebras de río las acechaban, acusadas de preñar a las mujeres cuando se metían al agua a bañarse o nadar ¿Cómo sería si no tenían órganos ni simiente? También a las que eran como ella, serpientes de maíz, las llamadas Cicuate o Alicante, eran acusadas de hipnotizar a las mujeres para robarles su leche, y de meter la cola en la boca de la criatura para que no llorara. Decían que clarito se veía cuando una Alicante había mamado de una mujer: el niño tenía chincual alrededor de la boca. Hasta la serpiente se había convencido de que las cosas que decían de ella eran verdad: hubo un momento en que en verdad creyó vehementemente, que no habría porqué dejar tanta leche desperdiciada en los senos de la mujer morena, ella podría aferrarse y amamantarse de ellos y hasta sintió placer de sólo imaginarse el aroma, el sabor delicioso de unos senos sabor a miel. Pero con la experiencia que tenía de ser siempre corrida, ni siquiera lo intentó, se contentó con ver. Prefirió no exponerse a ser despedida como a una vil Alicante. Además, era absurda la ilusión; su hocico no servía ni para succionar, ni para picar. Su lengua bífida y su ausencia de colmillos la hacía apenas apta para engullir ratones. Así pasó su existencia la serpiente tímida: excluida y maldita en todos lados, casi siempre sola y con muy ocasionales encuentros amables, como el de la mujer morena que siempre le consolaba recordar. Vivió muchos años, hasta que un día, fue atropellada al cruzar una carretera. Entonces se sintió ingrávida y miró sin dolor su cuerpo, ella volando cada vez más alto y a mayor distancia; la luz se hacía más intensa mientras se abría una gran puerta blanca. A la entrada la llamaban dos hermosas figuras: una serpiente emplumada y su madre Coatlicue. |
lunes, 29 de agosto de 2011
Bienvenida al taller de arte-sanías
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario