lunes, 29 de agosto de 2011

Yoshi



Ella me amaba. Le gustaba estar junto a mí. Tan pronto me veía llegar, corría a saludarme entusiasmada. Me perseguía por toda la casa, y si yo me sentaba, ella también buscaba un lugar donde quedarse cerca. Se ponía de pie al mismo tiempo que yo, lista para acompañarme a donde quiera, a lo que tuviera que hacer: salir, cocinar, planchar, leer o simplemente ver televisión.
Cuando ella estaba más joven, sus abrazos eran tan efusivos que decidí alzarle la voz para que se comportara. Extraño el ruido que hacía en la puerta al percatarse de mi voz, yo no podía resistirme, lo único que ella quería era estar conmigo. Restregarse en mis piernas, oler y lamer mi mano. Aun enferma, si yo le hablaba, se emocionaba y volteaba a verme.
Con todo y lo que me amaba, entre su libertad y yo, siempre eligió su libertad. Apenas veía la puerta entreabierta y salía corriendo y no regresaba hasta que tenía sed, hambre o quería descansar tal vez. La última vez que cruzó la puerta, no regresó. Aunque me amara, como nadie me ha amado, tan incondicionalmente como ella.

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